miércoles, 14 de julio de 2010

Para contener nostalgias


La degradación...la alienación. Transiciones deshumanizantes producto de la búsqueda de nuestro ser social que terminan por aislarnos en una isla dentro de un huevo. Ahí, flotando entre yema y clara, se encuentra el hombre, sin poder ver con nitidez los límites de su propio mundo. Y qué decir del ajeno, aquel espacio inhóspito por desconocido e inalcanzable por incomprendido. No quiero rendir homenaje al ermitaño, pero al menos él conoce su suelo y su cielo. ¿Cómo podríamos pretender entender al otro sin siquiera romper el cascarón? O dicho de otra forma, ¿cómo podría una persona, incluso en díada con otra, dar a conocer su melodía única, sus fantasmas o sus carreteras insondables, si se topa en el camino con un muro de concreto? Podría quizás servir, aunque su permeabilidad sea mayor, el vidrio que bosqueja una ventana. Es un paso. Hay que hacerlo mica, papel, agua, aire, hasta que la comunicación fluya exquisita de la palabra al verso, y del verso al beso, al apretón de manos o a una seguridad envuelta en frágil papel de regalo, o mejor, envuelta en palabra. Termina así de trazarse el círculo entre concepto, sentimiento, expresión y acción. Y se abre el huevo. ¿Revueltos para el desayuno? Sí, por favor, y hasta la cena, por siempre jamás. Que así sea, porque...¿de qué sirve un abrazo si no es precedido por un tibio convenio entre miradas, o entre alientos, entre palabras? Y es ahora, entre estas líneas, cuando diviso a lo lejos aquellos ojos, que si bien tan cerca estuvieron alguna vez, tan claros en su profunda oscuridad, se encuentran ahora, obra de nosotros mismos, los más lejanos, cubiertos por una densa niebla infranqueable.
Las palabras tienen el poder de acercar, de amarrar, de crear, de inmovilizar y de matar. Que no se queden en verbo, que pasen de pensamiento a palabra y de nuevo a pensamiento para que dé vida a la mano. Que se vuelque por una canaleta el mundo interior, para que las palmas esparzan su ungüento sobre la persona del otro lado de la mesa y se dejen, a su vez, untar en acto recíproco. Si por el resultado de tan bello baile no vale la pena vivir, si no es lo más hermoso y eterno que podemos concebir, si no somos capaces de quitarle el manto de utopía con que lo hemos revestido, estamos, entonces, destinados a la infelicidad.
.
.
.
- Tiralíneas 01
- Papel Fabriano
- Café

No hay comentarios:

Publicar un comentario